Arde el cielo. Las nubes se desangran sobre la montaña de ira que alzaron los condenados. Un río de lágrimas sin pena nace de ahí. Alimenta los campos de perdición donde la fruta que nace, nace marchita. Desemboca en el mar de la resignación, donde el ahogo es la única salida. ¿Mundo terrenal o Infierno real?
Neblina acústica sobre mis oídos. Me niego a creer en las palabras de quienes están jerárquicamente por sobre mi. El perfume de la mentira lo huelo de lejos. Mi corazón derrite la falsedad y mis dedos afilados podan el papel y lo convierten en angustia. Mi lengua silenciosa desvirga los oídos de los mas con las palabras de los menos. Llamarada en mi vaho agitado y mi pecho aúlla compasión.
Borracho del mundo salí a recorrer las calles: vi la suciedad del dolor en los ojos del tipo que alzaba su mano vacía para alimentar sus tripas. Vi como derretían el hambre aquellos que, inmersos en la basura, se despreocupan del que llega a su casa y come. Vi al tipo que prefería pasar el día hediondo a vino que comer un mísero pedazo de pan.
Me embriagué del mundo.
Bebí, señores, la copa del vino que Satán derramó sobre las viñas del sufrimiento.
